domingo, 27 de abril de 2014

Teoría del consumismo pedagógico I: formación basura y didáctica ficción

Llevo mucho tiempo queriendo resumir algunas ideas sobre lo que denomino consumismo pedagógico y sus negativos efectos sobre la formación, pero a pesar de que en algún caso he hablado en público en distintos foros, nunca hasta ahora había escrito sobre ello.
La idea es muy sencilla, creo que transparente y probablemente de desastrosa imagen (¿pero real?). El consumismo instalado en nuestra sociedad capitalista ha hecho entrada en la educación, especialmente, en España, sin que parezca advertirse al menos manifiestamente, y ha ido aparejada junto con otros dos fenómenos que creo manifiestos como son la formación basura y la didáctica ficción.
El principio básico de la formación basura es como ocurre en otros aspectos de la vida, que engorde pero no nutra. La conciencia de la necesidad de formación, el hambre de formación se vuelve tan atroz, que se devora todo tipo de formación en menús disparatados con regalos y ofertas que pretenden saciar esa hambre, esa necesidad. El monstruo educativo se vuelve grueso y hasta obeso, a la vez apesadumbrado y nada ágil y por supuesto, aunque no ya famélico, sí candidato a una muerte prematura por enfermedades didácticas como la didáctica ficción, una manía consustancial a la educación española por la cual la formación es estrictamente documentación antes que acción e incluso, lo contrario de la acción. Llegué a pensar que la ley en España es que documentación y acción eran inversamente proporcionales. A mayor documentación, menor acción, lógicamente porque se podían hacer menos cosas ya que el tiempo se dedicaba a los documentos.
Una muestra son las oposiciones, el acceso del profesorado. Las oposiciones, reino de la documentación donde los haya, son valiosísimas para acceder a ser profesor en España, sin embargo, cuando llega el año de prácticas, apenas se le da importancia (la acción), de forma que mientras en la prueba documental aprueban apenas un 1 por mil, por ejemplo, en la prueba de acción, aprueba casi el 100 por cien. Y esto no porque lo hagan bien, sino porque el nivel de exigencia en las prácticas es mínimo si existe y a veces es de nuevo documental, al convertir la fase de prácticas en nuevos ejercicios de documentación.
Todavía hoy a pesar de las insistencias, los proyectos educativos se comienzan por documentaciones sin acciones y se le dedica mucho tiempo a la redacción, de forma que la discusión se pervierte pasando de discutir qué hacer a discutir qué poner y consumir mucha energía en ello. Así cuando en ocasiones voy a centros para asesorar sobre proyectos, se me presenta un voluminoso volumen de no menos de cincuenta páginas sobre el que resulta difícil opinar. Los autores pocas veces encajan bien las sugerencias que no sean ampliarlo, cuando realmente lo que habría que hacer es reducirlo y comenzar de nuevo. Cuando se trata de discutir sobre le documento, la labor es dificilísima y poco productiva, mientras que cuando voy a centros en los que tienen proyectos en acción y hablamos sobre lo que hacen y lo que pudieran hacer, la discusión suele ser además de más amable, siempre fructífera, siempre enriquecedora (y algo escribimos, pero menos).
Esta querencia por la documentación que ha sido y es una queja del profesorado sobre la Administración ha calado, sin embargo, en este consumismo pedagógico de tal forma, que el propio profesorado se encuentra secuestrado como por una especie de síndrome de Estocolmo que lo hace quejarse pero amar paradójicamente la documentación en una situación esquizofrénica de la que resulta difícil salir. El poder puede promocionar la formación basura y la didáctica ficción pero finalmente, los profesionales también pueden acomodarse a ello y la acaban viendo como su aliada en una espiral fácil para no cambiar nada. De esta forma comprobamos que la documentación ha cambiado mucho más a lo largo de estos años de renovaciones pedagógicas que la acción propiamente dicha y los profesionales se han acomodado a proporcionar esta retroalimentación al monstruo poderoso burocrático mantiendo en muchos casos las mismas prácticas docentes.
Este consumismo como el consumismo en general es acumulativo, competitivo, superfluo y antiecológico (o antinatural). Acumulativo porque hace que se afanen por hacer más que los demás, y los centros y profesorado que hacen más que los demás se convierten en estrellas. Es o puede ser superfluo, pero no importa, porque lo que importa es hacer más que los demás o más llamativo, de ahí que sea competitivo para demostrar un prestigio aunque sea sin ninguna comprobación real. Por ejemplo, los premios se dan y exhiben sin criterio. Recuerdo a una compañera que llamó en una ocasión a los organizadores de un premio para bibliotecas y les preguntó por qué su proyecto no había sido premiado si su alumnado leía más que ninguno. La respuesta parece decirlo todo: es que lo único que hacen sus alumnos es leer libros. También es cierto que el proyecto se orienta en la misma idea de consumir lectura (leer mucho), pero al menos mejor proyectos de consumo de lectura que proyectos de consumo de espectáculos que son muchas veces los que se premian en cuestiones de lectura y biblioteca.
Y de esta manera nos encontramos en una acumulación de acciones pedagógicas, a ver quién hace más, quién gana más premios, tiene más distinciones, a pesar de que las energías mermen y veamos que efectivamente la tierra se está cansando a nuestros pies y pronto se queje de un pedagogía no ecológica, que no cuenta con el sistema, con su naturaleza humana y social, ni siquiera con su finalidad: mejorar la educación para mejorar las perspectivas de los ciudadanos. Por eso vemos que muchas de estas iniciativas no son sostenibles.
Leía el otro día en un libro sobre excelencia educativa que también se producía un efecto similar al cansancio de los materiales en la educación, un cansancio de los recursos humanos -y podríamos decir también que de los materiales- como puede observarse en los continuos vaivenes, iniciando tendencias que no duran más de cinco años, ilusionándose por cacharrerías que luego no surten efecto como pasó con los laboratorios de idiomas y ocurre ya en algunos lugares con las pizarras digitales.
Dije al principio que la idea era muy sencilla, pero naturalmente me refería a su comprensión inicial, porque sin duda aquí hay mucha tela que cortar, aunque los patrones los dejaremos para otro día en el que podríamos ver algunos otros aspectos, como la pasarela didáctica. Eso será ya en otra entrada.



miércoles, 23 de abril de 2014

Booktrack: llegan los libros con banda sonora




No hay nada mejor para el día del libro que husmear en su futuro y aquí traigo Booktrack, que encontré en una entrada de Joyce Valenza en Never Ending Search. Se trata de un futuro presente que proporciona banda sonora a nuestra lecturas digitales. La plataforma ofrece varios servicios: podemos leer libros en abierto con su banda sonora y regular incluso su velocidad de lectura, o bien, podemos escribir nuestras historias y añadirles la banda sonora. Existe una aplicación escolar que permite tratar las lecturas de clase añadiéndoles música e incluso efectos de sonido, pero como para ello había que registrarse, no la he explorado, aunque parece prometedora.
Su CEO no escatima en esfuerzos para promocionar la idea y no sólo la difunde sino que intenta proporcionar evidencias que demuestran que de esta forma se aumenta la lectura tanto en cantidad (se lee más tiempo) como en calidad (se aumenta la comprensión).
Para mí está claro que como en todas las novedades, la mejoría está en quien la aprecie o en quien considere mermada una lectura en silencio. Para los demás puede ser hasta un estorbo, pero ciertamente, por la idealización a que se ha elevado la música como banda sonora de la vida en este tiempo para realizar cualquier actividad, es muy probable que a alguien le resulte interesante, e incluso necesaria. No olvidemos que el silencio es un deseo casi imposible en muchos casos si no es ocultando el ruido ambiente y a lo mejor esa música que a otros sobra, es lo que le falta al joven para poder aislarse realmente y conseguir la concentración que no consigue con el simple silencio natural.
La idea lógicamente no es nueva. Que la música y la lectura están unidas, o la música y la literatura, bien lo sabemos, ya hice un curso al respecto cuyos materiales recogí aquí y tenemos muestras antiguas no sólo en la literatura oral, sino en la escrita. Recuerdo aquellas Arias tristes de Juan Ramón Jiménez que venían hasta con las partituras o aquella novela de Laura Esquivel, La Ley del amor, que se acompañaba con su CD para escuchar mientras se leía.
La aplicación, que está disponible igualmente para dispositivos móviles, permite y sugiere no sólo añadir bandas sonoras a textos narrativos, sino también a textos expositivos o argumentativos escritos por los esstudiantes, así como buscar o crear bandas sonoras para las lecturas de clase o incluso añadir lectura en voz alta. Toda una panoplia de posibilidades por ver... digo, por oir; bueno, digo, por leer. Bueno, por lo que sea.

lunes, 7 de abril de 2014

Peuveeleaieleo

No hay nada para ser creativos como hacer lo mismo de siempre pero de otra forma. En el título deletreo lo que quizá comprendáis mejor como PV, LA y LO, aunque más probable es que os enteréis cuando diga que hemos concluido el curso sobre poesía visual, libros de artista y libros objeto. Así mejor, ¿no?
Ha sido un curso TIC, o sea, de técnicas o mejor tecnologías ancestrales de la información y la comunicación ... pero analógicas y creativas, físicas y químicas, presenciales y directas, con sus tijeritas, pegamentos, imágenes y guitas, recuerdos y proyectos, cristales y tinteros.
Llevamos ya unos años que fortalecemos esta idea de crear y recrear el libro a partir de su existencia como objeto. Y en este caso hemos ido más allá de considerar que el libro es un objeto para considerar que cualquier objeto es un libro si lo piensas librariamente; así la poesía no es poesía porque se escriba, es poesía porque sí y luego se hace imagen, verbo o cubito de hielo. Igual, el libro es un conjunto de hojas, pero lo mismo las hojas se hacen conjunto sin ser libro y las palabras que tenía dentro se quedan fuera, como si fueran libros vacíos. ¡Qué más da! Todo se hace poesía y se hace libro. La Filosofía, la Matemática, y hasta la Literatura que todos creen un rollo, es también quizá un poema.
Comenzamos este raro experimento de buscar palabras y libros donde no las había o no debeía haberlas con Antonio Monterroso, poeta visual y visible, porque basta verlo para conocer su entusiasmo y saber el origen de sus ideas: poetas transparentes, que se diría. Antonio nos llevó por la hisstoria de la poesía visual hasta su uso didáctico; desde su definición lorquiana (si la poesía es colocar cerca conceptos lejanos, la poesía visual es colocar imágenes lejanas que ya no lo serán) hasta sus obras o las del alumnado o la de los proyectos que no puede dejar de pensar, porque en este mundo de Diógenes, lo mismo que cualquier palabra puede ser recogida del basurero de un diccionario olvidado, las cosas inservibles se vuelven ideas brillantes para los poemas visuales.
Y he aquí que vinieron las dos chicas de Papel Glasé a demostrarlo: nos hicieron construir en tarros del  supermercado sueños en conserva y encuadernar libros con los botones sobrantes de las gabardinas viejas. Las palabras esas que los vanguardistas cortaban y agitaban en bolsas, se alinean ahora sobre el recorte de una botonadura o se agita dentro de los tesorillos de los tarros de cristal, otrora conservas de verduras y ahora congeladores oníricos o definidores de la esencia de sus autoras.
No hay una forma de libro. El libro no existe. Existe el autor y el librero, pero el libro no. O mejor, sólo existe el libro, lo demás es superfluo. Por eso da igual que no tenga páginas, que sea fuelle o muelle, globo o sonda, plástico o banasta. El libro es simplemente un contenedor y si hay algún contenedor por antonomasia esa es la caja (adorada caja de zapatos, museo de todas las colecciones en cierta época para los que fuimos niños viejos). Así lo dispuso Ana Uclés para que cada cual hiciera su cajalibro, un libro que supera la linealidad del discurso para crucificar el texto y desordenar las ideas, una caja donde pegar las imágenes secretas que digan lo que abiertamente quieran en contra de quienes piensan que las cajas sirven para guardar. Aquí las cajas sirven para mostrar, para desplegar, para despegar y para despejar imágenes y verbos.
Pero por supuesto, en todo final hay que acudir al principio, a los orígenes, al centro de la tierra, que Julio Verne hubiera visto en Peñarroya de haberlo sabido evitando el pequeño defecto de ser francés, perdonable o adorable por demás. Y allí fuimos, a ver el Cerco minero, con todos sus vestigios que ya quisiera Rodrigo Caro para su Itálica famosa. Anduvimos por el crepitar de las arenillas mineras, nos asombramos con las inquietantes estructuras y la altanería de las chimeneas hasta que llegamos al Centro de Poesía Visual de Peñarroya Pueblonuevo, único entre los únicos. Nos enseñaron su fondo y su forma y escuchamos atónitos cuatro palabras: matemáticas, filosofía, literatura y poesiavisual. Todas mezcladas como si fueran una sola. Cada cual con su crisol. Javier Álvarez sacando verbo de donde no lo hay, Antonio Martín filosofando en colores, que dirían otros, y María José Moya, dejándonos a cuadros con la poesía visual. Simplemente: insospechado: profesores que usan la poesía visual para sus clases de matemáticas, de filosofía o de literatura. Mira y calla. Nada más.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...