miércoles, 10 de octubre de 2007

La caja acorazada de las letras

El Instituto Cervantes posee en su sede central de Madrid la Caja (fuerte) de las Letras, una caja de seguridad donde se están guardando desde febrero de este año legados de artistas españoles para ser custodiados en secreto hasta ser mostrados en un periodo posterior a la muerte del autor.
Comenzó Ayala, el mismo día que cumplía 100 años. También lo hizo Gamoneda. Y ayer le tocó el turno a Tàpies, aunque no pudo asistir por problemas de salud y fue su hijo quien actuó en nombre suyo.
Más allá de convertirse en un simple gesto de reciclado (la sede del actual Instituto Cervantes era antes la sede del Banco Central y posee una caja acorazada que se ha conservado y a la que había que dar alguna utilidad), la Caja de las Letras constituye un auténtico club de los poetas muertos (aunque no todos sean poetas) en el que el más allá de la fama de Jorge Manrique se convierte en materia de un capitalismo neorromántico. Quien hubiera disfrutado más que nadie con una suerte tal, hubiera sido Unamuno, que ya sin caja ni necesidad alguna, dejó en su obra múltiples referencias a su propia muerte y a cómo podríamos oirlo cuando él no se oyera:

Si, lector solitario, que así atiendes
la voz de un muerto,
tuyas serán estas palabras mías
que sonarán acaso
desde otra boca
sobre mi polvo
sin que las oiga yo que soy su fuente.

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